'Ana Orantes'
Aquella mujer que, por primera vez, se sentaba en un plató de televisión, no dejó indiferente a nadie. En el recuerdo ha quedado el aplomo de su testimonio, la seguridad y naturalidad con la que hablaba y cómo relataba algunos de los episodios más dolorosos de su vida sin derramar ni una lágrima. Ya no tenía. “Yo no quería a mi marido, yo le tenía pánico, le tenía terror” contaba a los espectadores de los que se despidió con una sonrisa porque, al fin, había logrado separarse del hombre que la estuvo maltratando durante cuarenta años. Ella era Ana Orantes.
Aquella mujer que había sido anónima durante toda su vida y a la que su marido despreciaba continuamente, se convirtió en un icono de la lucha contra la violencia machista
Quince días después de aquel desgarrador testimonio, su marido la quemaba viva en el jardín de su casa. Aquella mujer que había sido anónima durante toda su vida y a la que su marido despreciaba continuamente, se convirtió en un icono de la lucha contra la violencia machista. Corría el año 1997 y en 2004 se aprueba en nuestro país, por unanimidad de todos los grupos políticos en el Congreso de los Diputados, la Ley de medidas de protección integral contra la violencia de género. Nunca más una Ley concitaría después tanto respaldo aunque el entonces vicepresidente primero, Francisco Álvarez Cascos, se negara a calificar los hechos como un asesinato para manifestar que se trataba de un “caso aislado obra de un excéntrico”. El próximo día diecisiete se cumplirán veinticinco años de aquel asesinato que cambió la percepción social de la violencia contra las mujeres.
Hasta aquel momento, los malos tratos de los hombres a sus parejas se entendían como algo íntimo que se silenciaba. En reuniones de amigos, entre el vecindario o en el entorno más próximo de las familias, se comentaba en corrillos pero la respuesta siempre era la misma, “esas son cosas en las que nadie debe meterse, cada uno en su casa y Dios en la de todos”. La misma frase repetida una y mil veces para justificar la inacción de la familia directa de la mujer mientras que los allegados del maltratador tendían, por norma, a no creerse los golpes o, peor aún, a justificarlos. Esta expresión alejaba el problema de la sociedad al mismo tiempo que la eximía de cualquier responsabilidad futura.
Las sencillas palabras de Ana Orantes abrieron la puerta a una nueva legislación para proteger a las mujeres y se adoptaron medidas para intentar alejarlas de sus maltratadores
Las sencillas palabras de Ana Orantes abrieron la puerta a una nueva legislación para proteger a las mujeres y se adoptaron medidas para intentar alejarlas de sus maltratadores. Sin embargo, el goteo de víctimas es incesante. Desde 2003, año en el que empezaron a contabilizarse los asesinatos de mujeres por el hecho de serlo, se han registrado 1.173 feminicidios y el último informe del Consejo General del Poder Judicial indica que, durante el último trimestre de este año, se ha registrado un 9,41% más de denuncias que en el mismo periodo del año anterior.
La Fiscal de Sala Delegada de violencia sobre la mujer, Teresa Peramato, señala que jóvenes y adolescentes, nativos digitales con una gran exposición a las redes sociales, interiorizan mensajes muy llanos y rápidos que circulan a gran velocidad por internet. Muchos de ellos son completamente contrarios a la igualdad y a la lucha contra la violencia machista. Por otra parte, el acceso a edades muy tempranas a la pornografía les ofrece una visión irreal de las relaciones sexuales, llena de violencia, que presenta a las mujeres como personas sumisas y las jóvenes y adolescentes están asumiendo este rol.
No estaría de más que en los colegios e institutos, a partir de ciertos niveles educativos, se visionara, en bucle, aquella aparición en televisión de una mujer sencilla, natural, que con un lenguaje sin artificios explicó, desde su propia experiencia, lo que es la violencia machista
El Feminismo lleva alertando sobre esto mucho tiempo pero no se le escucha. La coeducación está desapareciendo de los centros educativos para ser sustituida por el torbellino de las identidades sentidas y las consecuencias las estamos pagando las mujeres. El control sobre las adolescentes por parte de sus parejas es cada vez mayor en las relaciones sexuales, en el uso de sus teléfonos móviles, en la interacción social con su grupo de amigas y esto no parece alertar a nadie. Se están colocando los cimientos para tener nuevas y sofisticadas Ana Orantes 4.0.
No estaría de más que en los colegios e institutos, a partir de ciertos niveles educativos, se visionara, en bucle, aquella aparición en televisión de una mujer sencilla, natural, que con un lenguaje sin artificios explicó, desde su propia experiencia, lo que es la violencia machista. Y, por si lo pusieran en duda, se entregara como actividad complementaria un buen dossier de prensa con las cientos de portadas que Ana Orantes protagonizó, involuntariamente, el 17 de diciembre de 1997, para describir, analizar y profundizar en las consecuencias de la violencia contra las mujeres.
La sociedad, en su conjunto, se lo debe a ella. No podemos permitir que su valentía quede diluida en mensajes de 280 caracteres sin contextualizar y llenos de mentiras para perpetuar conductas que dañan a las mujeres. No podemos permitir que su triunfo se vea sepultado por el negocio de la pornografía que utiliza a las mujeres como objetos de usar y tirar. No podemos permitirnos olvidar a Ana Orantes.