'El alcalde de Granada y la falta de ética política'

Blog - La soportable levedad - Francis Fernández - Domingo, 27 de Junio de 2021
Luis Salvador, junto a José Antonio Huertas, el único edil que le apoya, en su comparecencia el pasado 8 de junio.
Indegranada
Luis Salvador, junto a José Antonio Huertas, el único edil que le apoya, en su comparecencia el pasado 8 de junio.
'De ahí, pues, que tanto la búsqueda de situaciones donde el poder sea intercambiable, como la aspiración a la “más grande diseminación del poder compatible con la eficiencia”, constituyan  dos axiomas propiamente morales de la vida política'.

Xavier Rubert de Ventós, Filosofía y/o política

Llevamos semanas en la ciudad de Granada sumidos en el estupor político, mientras la vida social en nuestra perpleja ciudad sigue su paulatina descompresión de los últimos, y peligrosos, coletazos de la pandemia del Covid-19. Lo sorprendente es que la vida continúa en nuestra atribulada urbe como si nada de lo que está sucediendo en Plaza del Carmen fuera con ella, más allá de un entretenido culebrón que parece llamar más la atención de los medios de comunicación que del ciudadano medio. Que una situación tan absurda desde el sentido común: que dos personas, el alcalde y otro concejal, gobiernen contra el deseo de otros 25 concejales no provoque masivos estallidos de indignación ciudadana, solo puede explicarse desde dos puntos de vista, no excluyentes; la pandemia nos ha embobado un poco más de lo habitual, y la próxima salida de la misma tiene a la gente común centrada en una acelerada vuelta a recuperar sensaciones perdidas, y en la vuelta a la rutina habitual de la vida normalizada. Y poco más le importa, más allá de sobrevivir a los estragos en vidas, salud, o económicos sufridos. Algo lógico. Y dos; que hace tiempo que la ciudadanía granadina no siente especial afecto por el gobierno de la ciudad, por no sentirse identificados con sus políticas, por hartazgo, y por una pérdida de credibilidad general en aquellos que nos están dando en fascículos, desde hace meses, éste lamentable espectáculo, y ya lo dan por amortizado. Comenzando por el Alcalde Luis Salvador, y siguiendo por los concejales que le eligieron del PP, Cs y Vox. Partidos que actúan como si no tuvieran ninguna responsabilidad en lo que está sucediendo, y no fuera con ellos.

Una falta de ética política que no sabemos qué consecuencias tendrá a largo plazo. A corto, hartazgo y desconexión con nuestros gobernantes en la ciudad. Crisis de desprestigio político acentuada por los continuos enfrentamientos entre los partidos que eligieron a Luis Salvador como Alcalde, y que no parecen tener más discrepancia que el sillón que ocupa

Una falta de ética política que no sabemos qué consecuencias tendrá a largo plazo. A corto, hartazgo y desconexión con nuestros gobernantes en la ciudad. Crisis de desprestigio político acentuada por los continuos enfrentamientos entre los partidos que eligieron a Luis Salvador como Alcalde, y que no parecen tener más discrepancia que el sillón que ocupa, y las rencillas personales. Ni se han manifestado diferencias políticas sustanciales entre ellos, ni de gestión, ni ideológicas, ni de dirección estratégica, ni  de nada, tan solo la cruda realidad de la lucha por espacios de poder personal. Y de ahí, el  natural desinterés, cuando no desprecio o cansancio, con el que se asiste a este dantesco espectáculo por parte de la ciudadanía. El Alcalde de Granada se encuentra atrapado en una odalisca kafkiana, agarrándose al  sillón como aquél, que tras ser descubierto mintiendo, fue perseguido por sus ex correligionarios, y que tras tropezar se quedó colgado de una frágil rama, y a pesar de saber el ineludible destino, caer en el abismo, se resistía con todas sus fuerzas, ciego a sus propios actos que habían causado su caída en desgracia, y clamando a aquellos que le perseguían que le salvasen, mientras éstos trataban de acelerar el  inevitable final destrozando la frágil rama a la que se agarraba.

Poner la cultura, la pequeña y la grande, al alcance de todos, y no de unos pocos privilegiados. Involucrarnos en el presente, y el futuro, de nuestros barrios, haciéndonos cómplices de en qué tipo de hábitat queremos vivir, gestionar una adecuada inversión en infraestructuras que mejoren la calidad de vida, y mil pequeñas políticas más que pueden mejorar nuestro presente y nuestro futuro

La ciudadanía debería reaccionar de manera mucho más activa, por mucho que la pandemia haya podido cambiar nuestras prioridades, que es normal que lo haya hecho. Pero no es su responsabilidad. La responsabilidad recae en aquellos que han causado tal estropicio.  Es verdad que desde un ayuntamiento no se pueden hacer grandes políticas que alteren el curso social o económico de manera significativa en una crisis como la que estamos padeciendo, y que, afortunadamente, han pasado los tiempos en los que los alcaldes trataban de eludir sus responsabilidades con el día a día de la ciudadanía, con proyectos mastodónticos o quimeras de imposible cumplimiento. Pero, y es un pero de una importancia enorme, hay muchas políticas que pueden mejorar, aliviar, y alegrar nuestras vidas; desde poner un poco de orden y control al tráfico y la contaminación, hacer habitables zonas para poder compartir entre todos y disfrutar de entornos que no nos enclaustren. Atender las necesidades sociales, persona a persona, con servicios sociales dignos, de aquellos que sufren del fracaso colectivo de una sociedad que abandona a los más vulnerables. Poner la cultura, la pequeña y la grande, al alcance de todos, y no de unos pocos privilegiados. Involucrarnos en el presente, y el futuro, de nuestros barrios, haciéndonos cómplices de en qué tipo de hábitat queremos vivir, gestionar una adecuada inversión en infraestructuras que mejoren la calidad de vida, y mil pequeñas políticas más que pueden mejorar nuestro presente y nuestro futuro. Incluyendo, que no es poco, dar la imagen de que hay alguien al mando, y que tiene la legitimidad política, o sea, los votos, para hacerlo.

Ahora mismo Granada se encuentra abandonada a su suerte, sin dirección, ni curso, confiada al buen hacer de los técnicos en una deriva sinsentido. Y éstos, en general magníficos profesionales, podrán hacer que lo rutinario siga funcionando, pero no tomarán decisiones que solucionen muchos pequeños, o grandes problemas, porque ni es su responsabilidad, ni es su trabajo, ni es su deber. Lo que está sucediendo en el Ayuntamiento de Granada es un problema de responsabilidad política. Elegimos políticos para que sean los responsables del gobierno de la ciudad, no para que miren a otro lado.  Para eso elegimos concejales, que no alcalde, que lo eligen entre ellos, es bueno recordar ese detalle, para que cumplan su deber, unos gobiernen y otros controlen a los que gobiernan, y propongan alternativas. El supremo mandato que se supone es su principal responsabilidad, es ponerse de acuerdo para que haya un alcalde que coordine su trabajo, si forman parte del gobierno, y a su vez respete y escuche, a aquellos que tienen la responsabilidad de estar en la oposición y que también representan a la ciudad.

Aquellos que eligieron a Luis Salvador, y por tanto son los responsables, han de ser capaces de dar con una solución que permita elegir a alguien que nos saque del pozo. Están más  preocupados por las rencillas entre ellos, y el ajuste de cuentas, que por el bienestar de aquellos a quienes se deben y les pusieron ahí para hacer un trabajo que no están haciendo

Aquellos que eligieron a Luis Salvador, y por tanto son los responsables, han de ser capaces de dar con una solución que permita elegir a alguien que nos saque del pozo. Están más  preocupados por las rencillas entre ellos, y el ajuste de cuentas, que por el bienestar de aquellos a quienes se deben y les pusieron ahí para hacer un trabajo que no están haciendo. Ni comen, ni dejan comer.  Ni son responsables ni dejan que otros ejerzan esa responsabilidad, que es lo peor. En política, la dignidad si tú no tienes los recursos, ni los apoyos para continuar, es dejar que otros tengan la oportunidad. Xavier Rubert de Ventós deja claro que la ética de la actuación política se basa en dos principios; uno la alternancia en el poder si éste se encuentra desequilibrado, y es evidente que el actual poder en el Ayuntamiento de Granada lo está. Así funciona la democracia, y dos, repartir el poder, diseminarlo, y por tanto repartir la responsabilidad. Es otro principio esencial de la democracia. Actualmente todo queda concentrado en manos de tan solo dos personas, el Alcalde y el único concejal que aún le apoya. Será legal continuar, pero desde luego no es ético, aparte de que es inviable gobernar la ciudad, por mucho que se salga en los medios de comunicación a decir que no pasa nada y que todo funciona. 

Existe cierta obsesión en algunos políticos por saltarse el control parlamentario, o plenario en el caso de un ayuntamiento, apelando directamente al amor popular. Es evidente que Luis Salvador, más allá de que no fue ni de lejos el preferido en las elecciones, cae en ese círculo vicioso de eludir su responsabilidad multiplicando sus apariciones públicas, como si nada pasara, apelando a la opinión pública, como si fuera un problema que él mismo, o sus excompañeros de gobierno, no han causado. No está mal que un político tenga algo de amor propio, sin duda en el caso del edil granadino está claro que no carece del mismo, otra cosa diferente es que espere que nos comportemos como súbditos, no como ciudadanos, y que el máximo responsable del ayuntamiento crea que debemos interponernos y sufrir las consecuencias de su propia incompetencia, apelando a qué no pasa nada, que todo sigue igual. La ética y la dignidad política exigen que hubiera dimitido hace semanas. La ética y la dignidad política exigen que los que le pusieron allí si no son capaces de elegir a alguien que le sustituya, al menos no obstaculicen a otros que desean ejercer su responsabilidad. No sabemos si hay vida inteligente en otros lugares del universo, desde luego no parece haberla entre aquellos que están actualmente al mando del ayuntamiento, o lo estuvieron hasta hace pocas semanas.

 

 

Imagen de Francis Fernández

Nací en Córdoba, hace ya alguna que otra década, esa antigua ciudad cuna de algún que otro filósofo recordado por combinar enseñanzas estoicas con el interés por los asuntos públicos. Quién sabe si su recuerdo influiría en las decisiones que terminarían por acotar mi libre albedrío. Compromiso por las causas públicas que consideré justas mezclado con un sano estoicismo, alimentado por la eterna sonrisa de la duda. Córdoba, esa ciudad donde aún resuenan los ecos de ése crisol de ortodoxia y heterodoxia que forjaría su carácter a lo largo de los siglos. Tras itinerar por diferentes tierras terminé por aposentarme en Granada, ciudad hermana en ese curioso mestizaje cultural e histórico. Granada, donde emprendería mis estudios de filosofía y aprendería que el filosofar no es tan sólo una vocación o un modo de ganarse la vida, sino la pérdida de una inocencia que nunca te será devuelta. Después de comprender que no terminaba de estar hecho para lo académico completé mis estudios con un Master de gestión cultural, comprendiendo que si las circunstancias me lo permitirían podría combinar el criticado sueño sofista de ganarme la vida filosofando, a la vez que disfrutando del placer de trabajar en algo que no sólo me resultaba placentero, sino que esperaba que se lo resultase a los demás, eso que llamamos cultura. Y ahí sigo en ese empeño, con mis altos y mis bajos, a la vez que intento cumplir otro sueño, y dedico las horas a trabajar en un pequeño libro de aforismos que nunca termina de estar listo. Pero ¿acaso no es lo maravilloso de filosofar o de vivir? Tal y como nos señala Louis Althusser en su atormentado libro de memorias “Incluso si la historia debe acabar. Si, el porvenir es largo.”