Alacrán
De repente, la sombra de septiembre se cernió sobre los sillones de rafia y las mesas metálicas del jardín, y sin que nos diéramos cuenta las espumosas jarras de cerveza empezaron a dejar sobre el cristal un cerco de diminutas escamas semejantes a la caspa. El estado natural de la felicidad, el líquido, se ha empezó a transformar en todas las terrazas en una materia ligeramente pegajosa y sucia. Empieza el otoño de todos los veranos, y los restos de felicidad van adquiriendo el aspecto de una mugre sutil pero aflictiva. “Aquí estamos de nuevo”, nos decimos con la misma escasa convicción con que respondemos “lo siento” al tipo que nos cuenta cómo perdió la maleta en un remoto aeropuerto.
Y luego el instinto de supervivencia nos induce a comprobar el orden inacabado de las cosas tal como las abandonamos. Allí están: La ciudad aislada por tren sigue arrinconada y cada mes transcurrido en ese estado es una prueba de que se puede vivir sin expectativas; el alcalde sigue pensando si se va en noviembre, lo que también demuestra que se puede sobrevivir sin alcalde; el concejal de Cultura se he retratado ante la biblioteca que cerró con gran vehemencia acompañado ahora, eso sí, de un Luis Salvador al que sólo le falta un uniforme de granadero y una espingarda; el mayor centro vacío dedicado a Lorca del mundo ha recibido miles de melancólicos visitantes que miran el vacío con el mismo asombro con que Heidegger miraba la nada.
Todos los escenarios donde va a comenzar el nuevo curso aguardan como una sala de teatro un poco desaseada y amenazante.
Entre todos destaca uno: la sala de vistas donde se juzgará, después de una década de instrucción, el fraude de las entradas a la Alhambra en el que están incursas casi cincuenta personas. El juicio supondrá una especie de paradoja sobre la honradez pues la testigo principal que tendrá que probar el fraude será la ex directora Villafranca sobre la que pesa una querella por graves delitos. ¿Se puede acusar a los demás desde el pináculo de la acusación propia? ¿Puede un sospechoso señalar a otros sospechosos sin ser consciente de su propia precariedad?
Como no hay nada ni nadie juzgados, todos comparten el mismo presagio: inocentes mientras no se demuestra su honradez. No le va a ser fácil al alacrán acusar a los trabajadores sin rozarse su propio aguijón.