5 motivos para que ames la filosofía aunque odies a los filósofos

Blog - La soportable levedad - Francis Fernández - Domingo, 1 de Agosto de 2021
Indegranada

Seamos sinceros, quién no ha odiado alguna vez en el instituto a esos personajes que se dedicaban a escribir tan abstrusamente sobre lo humano o lo divino, con esos palabros ininteligibles, e ideas tan descabelladas e incomprensibles que daban ganas de golpear con el libro al profe de filosofía o ética que te obligaba a aprender de ellos. Salvo honrosas excepciones, de todo debe haber en el universo, la mayoría, a primera vista, nos parecen personajes antipáticos o aburridos o incomprensibles, o todo ello junto. Si profundizáramos un poco más en sus vidas nos sorprenderíamos, veríamos filósofos, y filósofas, a pesar del olvido de la historia con ellas, que han tenido vidas dignas de una serie de Netflix; soldados, aventureros, mártires de la filosofía y victimas del fanatismo, entre otras muchas vivencias dignas de una vida tan agitada como interesante. También los ha habido que han tenido vidas aburridas como un reloj de arena vacío. Los filósofos que nos amargaron nuestros años mozos no eran más que  simples seres humanos, como nosotros, pero con una diferencia, no se conformaban con aceptar aquello que le decían era lo correcto o la verdad, que las cosas eran y debían ser como siempre habían sido. Se rebelaban, dudaban, inquirían a todo y a todos sobre todo, hasta a la propia naturaleza.

Ese era su secreto; nunca se conformaban, se rebelaban contra la ignorancia, contra la soberbia de los que creían saberlo todo, contra las costumbres, la superstición, y todo aquello que nos convierte en meras piezas de juego en un tablero del que desconocemos las reglas. Tan solo nos movemos como nos dicen que nos movamos

Ese era su secreto; nunca se conformaban, se rebelaban contra la ignorancia, contra la soberbia de los que creían saberlo todo, contra las costumbres, la superstición, y todo aquello que nos convierte en meras piezas de juego en un tablero del que desconocemos las reglas. Tan solo nos movemos como nos dicen que nos movamos. Y esa actitud, tan simple de verbalizar, tan complicada de llevar a cabo, es lo que nos hace filósofos: nuestra capacidad para preguntar y preguntarnos, sobre todo aquello que damos por sobrentendido. Sin dudar no habría filosofía, sin preguntar no habría conocimiento, sin razonar no habría sabiduría. Podemos seguir odiando o no, a esos pesados y sus soporíferos textos, pero si tenemos paciencia, si persistimos, encontraremos tesoros en sus áridos escritos, en sus ideas, en sus divagaciones. Ideas que nos harán ver el mundo a través de un cristal diferente; lo que ante nos mostraba apenas matices de blancos y negros se enriquecerá con colores que nunca antes creíamos posible. Nuestra vida adquirirá nuevos sentidos. Nuestros horizontes, antes tan limitados, se expandirán. Encontraremos nuevas maneras de comprendernos y comprender a otros, de actuar, de relacionarnos con el mundo que nos rodea. Tan solo hemos de atrevernos a filosofar, y no necesitas un título, o un carnet de filósofo para ello.  Lo único que necesitas es ganas de aprender, atrevimiento para cuestionar, paciencia a la hora de emitir y razonar juicios, y voluntad para nunca rendirte ante lo que desconoces.

Sin filosofía que no hubiera cuestionado esa autoridad que venía de los dioses, o de la sabiduría de nuestros antepasados, y nos decía cómo eran las cosas y qué teníamos que hacer, cómo vivir y cómo morir, nos hubiéramos estancado y probablemente extinguido como los dinosaurios

Primer Motivo: Sé un tábano, o lo que es lo mismo, un incordio en una sociedad adocenada. Un tábano es un moscardón que pica, y no nos deja en paz. Qué triste sería nuestra especie sin filosofía que no nos hubiera picado y sacado de nuestra comodidad, que no se hubiera preguntado sobre porqué hay estrellas en el cielo, porqué los seres humanos somos tan egoístas y no hacemos más que la puñeta unos a otros. Si existirán esos dioses que pretenden controlar todo, o son meros cuentos para controlarnos mejor. De dónde procede la solidaridad que sirve de cimento para nuestra convivencia a pesar del egoísmo natural, si es posible ser felices en un mundo que nos pone a prueba continuamente,  o porqué destruimos el planeta que nos alberga, en lugar de aprender a convivir unos con otros y respetar el hogar donde vivimos. La clave del filosofar es indagar sin prisa pero sin pausa, aunque duela aquello que aprendemos. Filosofar sobre todo lo humano, todo lo divino, y todo lo que hay en medio. Sin filosofía que no hubiera cuestionado esa autoridad que venía de los dioses, o de la sabiduría de nuestros antepasados, y nos decía cómo eran las cosas y qué teníamos que hacer, cómo vivir y cómo morir, nos hubiéramos estancado y probablemente extinguido como los dinosaurios. O muerto de aburrimiento, o quizá nunca hubiéramos sido capaces de aprender a convivir. Pero aquí estamos, con personas que deciden ser tábanos que evitan que nos adocenemos. Aunque el filosofar es una actitud en serio camino de extinción. Quién desea perder su tiempo tratando de comprender el sentido, o los sinsentidos, de ese maravilloso universo en el que no solo existimos, sino que hemos de vivir. Y vivir es algo más que dejar que la existencia nos pase por encima ¿o no?

El paso de la alquimia a la química, de la filosofía natural a la física, las aportaciones de la lógica y matemáticas exploradas por filósofos al gran desarrollo de la matemática actual, son transcendentales. Sin olvidar la necesidad de embridar la naciente ciencia genética con la bioética

Segundo motivo: ¿Qué es esa cosa llamada ciencia? La ciencia tiene una presencia esencial en el devenir de las sociedades modernas, de ahí la necesidad de reflexionar sobre cómo funciona, cómo la aplicamos, y qué factores más allá de lo estrictamente científico influyen en ella. Gran parte de los métodos que hoy día entendemos como científicos nacieron en el seno de esa amalgama de especulaciones que llamamos filosofía. Hoy día la ciencia se enorgullece de su independencia, y no hace mal, aunque sus orígenes y su desarrollo estén intrínsecamente relacionados con la filosofía. Aun así,  hay lugares en el conocimiento humano donde ciencia y filosofía se encuentran. Los filósofos devienen en científicos, y los científicos filosofan. Filosofía de las matemáticas, de la mente o la física cuántica, entre otras. Aprender la historia de la ciencia, cómo han ido evolucionando sus métodos, las dificultades que encontraron en el camino, incluidas las persecuciones de fanáticos que se negaban a aceptar que sus sagrados textos se pusieran en cuestión, es una tarea imprescindible para comprender el mundo en el que vivimos. El paso de la alquimia a la química, de la filosofía natural a la física, las aportaciones de la lógica y matemáticas exploradas por filósofos al gran desarrollo de la matemática actual, son transcendentales. Sin olvidar la necesidad de embridar la naciente ciencia genética con la bioética. Una disciplina que todo científico debiera conocer es la filosofía de la ciencia, que explora los propios límites de la ciencia, que también los tiene, las aporías de sus diferentes métodos de investigación, cómo funciona la ciencia en un mundo donde la política, la economía, la sociedad influyen en su devenir. Qué entendemos por conocimiento científico y qué métodos podemos considerar científicos como tales es tarea de una hermenéutica social y filosófica. No existe tal cosa como la ciencia pura. Sus metodologías, sus objetivos, y los propios científicos se ven afectados por los contextos en los que viven y desarrollan sus conocimientos. Aprender de ello es tan necesario como desterrar la ignorancia que contrapone la ciencia a la mística o a la religión.

¿Por qué he de comportarme de una determinada manera, siguiendo reglas y preceptos, y no como me dé la gana? O en términos filosóficos: la importancia de la ética y la moral en una sociedad libre y responsable. Imaginemos que todo el mundo hiciera lo que la da la gana, con una amoralidad absoluta, el mundo sería un desastre, una competición de todos contra todos

Tercer motivo: Aprender a distinguir el bien del mal. ¿Por qué he de comportarme de una determinada manera, siguiendo reglas y preceptos, y no como me dé la gana? O en términos filosóficos: la importancia de la ética y la moral en una sociedad libre y responsable. Imaginemos que todo el mundo hiciera lo que la da la gana, con una amoralidad absoluta, el mundo sería un desastre, una competición de todos contra todos.  No hay nada más desolador que deambular por la vida sin que te importe las consecuencias de tus actos, ya sea cómo afectan a tu propio proyecto de vida, o especialmente a la vida de los demás. Construir un carácter propio con valores compartidos con el resto de la sociedad, no solo nos hace mejores en tanto formamos parte de comunidades que nos acogen, también son esenciales para orientar nuestro comportamiento en un mundo que no deja de ser desconcertante. La ética nos ayuda no solo a saber qué hacer en cada situación, en cada encrucijada donde nuestro comportamiento marca la diferencia, sino por qué lo haces, qué sentido tiene hacerlo, ya creas que es tu deber, que es lo correcto, que hay actos buenos o malos,  o simplemente que  actuar moralmente te ayudará a ser feliz haciendo felices a los demás.

Quizá la felicidad se base en nunca renunciar a buscarla en los más inesperados o recónditos lugares que visitemos, vital o geográficamente. Amar la filosofía es, también, estar decididos a iniciar la búsqueda de la felicidad a pesar de la enormidad de la tarea

Cuarto motivo: Merezco ser feliz. Toda la vida he oído hablar de la felicidad, pero ¿he aprendido de verdad lo que significa ser feliz? Ser feliz para algunos es tener una buena vida, plena y satisfactoria, con compromisos, proyectos de vida, y gente a la que amar y por la que ser amados. Para otros, es la búsqueda del mayor placer posible, sea en fiestas, reuniones de amigos, viajes o cualquier actividad que nos llene de endorfinas. Quizá solo nos sintamos felices a través de goces más intelectuales, el arte, la ciencia, la búsqueda del conocimiento en general. Puede incluso que creamos que ser felices es lo mismo que tener éxito en la vida. Ya dependerá de lo que entendamos por éxito; tener mucho dinero, tener muchos amigos, tener un trabajo satisfactorio, encontrar la compañía ideal en nuestro viaje existencial, o si eres avaricioso todo ello junto. Para muchos el sentido de la vida no es sino esa búsqueda permanente de la felicidad. Hay tantas respuestas posibles como ha habido filósofos que nos han ayudado a comprender de qué hablamos cuando hablamos de ser felices. Algunas propuestas más pragmáticas, algunas más idealizadas, algunas más minimalistas, otras muy ambiciosas. Todas ellas nos aportan una brújula en nuestra vida. Mientras más aprendamos de cada una de estas opciones, más podremos elegir aquella que se adapte mejor a nosotros. Quizá la felicidad se base en nunca renunciar a buscarla en los más inesperados o recónditos lugares que visitemos, vital o geográficamente. Amar la filosofía es, también, estar decididos a iniciar la búsqueda de la felicidad a pesar de la enormidad de la tarea. Puede que encontremos que la felicidad no es sino aprender una ética del regocijo. O una ética de la resistencia ante los avatares de la vida. O una ética pragmática que nos permita adaptarnos a los permanentes cambios e inevitables decepciones. O una ética de la amistad y del amor que nos enseñe de qué manera superar nuestra soledad dándonos a los demás. Cada propuesta, cada enseñanza sobre la felicidad, de todas estas éticas, nos ayudará a encontrar un camino, o abandonarlo, si ya no le vemos sentido, pero todas nos orientarán. ¿Acaso no merece la pena amar a la filosofía si es capaz de darnos en un empujón y proporcionarnos un timón con el que dirigir nuestra búsqueda de la felicidad?

La ciencia explica, pero detrás de la explicación debemos justificar. Tenemos razones para hacer algo, para no hacerlo, qué debemos creer, qué no, y tantas otras cuestiones fundamentales que subyacen en la vida, en lo personal, en lo social, en lo político, en el cosmos...

Quinto motivo: Amar la filosofía porque hay cosas que no tienen precio pero tienen mucho valor. El fin último de la filosofía es hacernos comprender el valor de aquello que no se encuentra a la venta, porque no tiene precio; la verdadera amistad, el amor sincero y desinteresado, los placeres serenos, y por tanto la felicidad, la experiencia de lo artístico, la belleza encontrada en lo más profundo de la experiencia del ser humano, el valor de conocer el mundo en el que vivimos, y las causas y consecuencias de nuestros comportamientos, aprender de ellos, distinguir el bien del mal, especular sobre las vidas posibles que podamos tener, y tantas cosas que no cotizan en la bolsa de los mercados de consumo, pero que importan en la vida porque nos proporcionan perspectivas y valores. Y nada hay más útil, aunque no se valore, que darse cuenta que el mundo no solo es como nosotros lo vemos, que hay mucho más. Darnos cuenta, a través de la  reflexión filosófica que no hay que tener miedo de dudar ni de preguntar, ni de explorar, aunque termines en callejones sin salida. La ciencia explica, pero detrás de la explicación debemos justificar. Tenemos razones para hacer algo, para no hacerlo, qué debemos creer, qué no, y tantas otras cuestiones fundamentales que subyacen en la vida, en lo personal, en lo social, en lo político, en el cosmos, que aunque no podamos responder con certeza lógica, podremos tratar de desentrañar en una búsqueda cuyo valor reside en ella misma, sea útil o no.  No hay tiempo inútil, ni desaprovechado, si la experiencia en sí merece la pena, si aprendes de ella, consigas algo o no. Valor, no precio, esa es la cuestión que desvela el sentido de la vida, y la filosofía nos ayuda a desentrañar la diferencia entre lo anecdótico y lo sustancial. ¿Qué más podemos pedirle a algo que no sirve para nada, porque sirve para todo? al menos para  todo lo que importa o debiera importarnos.

 

 

 

 

Imagen de Francis Fernández

Nací en Córdoba, hace ya alguna que otra década, esa antigua ciudad cuna de algún que otro filósofo recordado por combinar enseñanzas estoicas con el interés por los asuntos públicos. Quién sabe si su recuerdo influiría en las decisiones que terminarían por acotar mi libre albedrío. Compromiso por las causas públicas que consideré justas mezclado con un sano estoicismo, alimentado por la eterna sonrisa de la duda. Córdoba, esa ciudad donde aún resuenan los ecos de ése crisol de ortodoxia y heterodoxia que forjaría su carácter a lo largo de los siglos. Tras itinerar por diferentes tierras terminé por aposentarme en Granada, ciudad hermana en ese curioso mestizaje cultural e histórico. Granada, donde emprendería mis estudios de filosofía y aprendería que el filosofar no es tan sólo una vocación o un modo de ganarse la vida, sino la pérdida de una inocencia que nunca te será devuelta. Después de comprender que no terminaba de estar hecho para lo académico completé mis estudios con un Master de gestión cultural, comprendiendo que si las circunstancias me lo permitirían podría combinar el criticado sueño sofista de ganarme la vida filosofando, a la vez que disfrutando del placer de trabajar en algo que no sólo me resultaba placentero, sino que esperaba que se lo resultase a los demás, eso que llamamos cultura. Y ahí sigo en ese empeño, con mis altos y mis bajos, a la vez que intento cumplir otro sueño, y dedico las horas a trabajar en un pequeño libro de aforismos que nunca termina de estar listo. Pero ¿acaso no es lo maravilloso de filosofar o de vivir? Tal y como nos señala Louis Althusser en su atormentado libro de memorias “Incluso si la historia debe acabar. Si, el porvenir es largo.”