'Granada de humo'

Granada siempre ha vivido envuelta en un aura de belleza y solemnidad que le confieren su patrimonio, sus paisajes y su historia. Nadie en su sano juicio puede negar lo que significó el Reino de Granada ni el peso simbólico de la Alhambra, esa joya que a veces parece sostener por sí sola la identidad de toda una ciudad. Incluso organizamos votaciones internacionales para nombrarla maravilla del mundo, con campaña incluida, como si con ello bastara para reafirmar nuestro orgullo ciudadano.
Pero si rascamos un poco bajo la superficie, lo que encontramos es una ciudad superada por los acontecimientos: inmóvil, incapaz de adaptarse a los cambios que se venían anunciando desde hace años.
El último ejemplo lo tenemos en la Zona de Bajas Emisiones (ZBE). Se ha implantado para cubrir el expediente, no como una herramienta de transformación real en una de las urbes más contaminadas de España -la tercera, según los últimos informes-
El último ejemplo lo tenemos en la Zona de Bajas Emisiones (ZBE). Se ha implantado para cubrir el expediente, no como una herramienta de transformación real en una de las urbes más contaminadas de España -la tercera, según los últimos informes-. Granada sufre un tráfico insoportable y una incapacidad crónica para corregirlo. Mientras tanto, la población se desplaza al área metropolitana por el elevado precio de la vivienda, generando más desplazamientos en coche, más contaminación y nuevos procesos de turistificación y gentrificación. Se lleva reclamando una red de transporte metropolitano eficaz desde hace años. El metro llegó tarde, y su ampliación aún más: siempre a rebufo de la necesidad, nunca por anticipación.
En lo económico, la ciudad continúa siendo una de las más castigadas por el desempleo. Nos llenamos la boca con conceptos como inteligencia artificial, pero la Agencia Española de Supervisión de la IA se fue a A Coruña, y el grado universitario en este campo no se implantó aquí. Parece que había que dejar paso a Málaga y a las universidades privadas. ¿Qué sería de la economía local sin la UGR, motor de conocimiento y empleo?
Nuestra Vega, fértil y luminosa, se extiende al este, ofreciendo una de las panorámicas más hermosas del país. Pero seguimos empeñados en llenarla de carreteras -si no de cosas peores-. Hablamos del Darro solo para hacer metáforas con su olor o de un Genil reducido a acequia, sucio y deslucido en pleno centro. Ni siquiera en lo que hay consenso se actúa.
La zona norte, el barrio más grande, arrastra desde hace décadas problemas estructurales que retratan la desigualdad de esta ciudad: cortes de luz, pobreza energética y abandono institucional. El Defensor del Pueblo lleva veinte años repitiendo lo mismo.
Los Premios Goya nos colocaron en el mapa -y, hay que reconocerlo, se gestionaron bien-, pero el Palacio de Congresos sigue sin cumplir las promesas de reactivación cultural y económica que se anunciaron.
Y cuando llueve, toca esquivar charcos y saltar hacia las aceras porque los imbornales no dan abasto.
Y si quiere comprobar todo esto, pruebe a llegar a Granada en AVE: de “alta velocidad”, tiene poco.
A veces parece que nos basta con que Bill Clinton mirara la Alhambra desde San Nicolás -y le pusimos una placa- o con soñar con la Capital Cultural Europea 2031, otro espejismo, puro humo… y no precisamente el de los coches de la circunvalación.
Granada podría ser mucho más que postal, mucho más que nostalgia. Pero eso requiere voluntad y valentía. Y esas dos palabras, por aquí, parecen casi revolucionarias.






















