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Hannah Arendt y la irresponsabilidad política. Parte I Las semillas del totalitarismo

Blog - La soportable levedad - Francis Fernández - Domingo, 19 de Febrero de 2017
Hannah Arendt.
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Hannah Arendt.

'Que nadie podía ser feliz si no participaba en la felicidad publica, que nadie podía ser libre si no experimentaba la libertad publica, que nadie, finalmente, podía ser feliz o libre si no participaba y tenía parte en el poder público'. Hannah Arendt

Siempre he creído en la política, ese arte de lo imposible que logra lo posible, que nos permite gestionar de manera responsable la convivencia común de la irresponsable orgía de egos que somos los seres humanos. De qué otra manera es posible hacer coincidir en un proyecto de vida a toda una sociedad, de manera justa, libre y plural, si no es a través de la creación de una esfera pública que permita que todo aquel o aquella que forma parte de la misma, encuentre su lugar en la gestión de los asuntos comunes. Últimamente mis creencias se han visto seriamente comprometidas, he de confesar.  Una tormenta perfecta de acontecimientos, de catastróficas desdichas, como el título de esas novelas para adolescentes en las que unos hermanos se ven sometidos a un desastre tras otro, ha despertado los vientos de la intolerancia, de la exclusión, del fanatismo, en sociedades democráticas plurales que creían haber superado esa aciaga enfermedad, después de dos sangrientas guerras mundiales. Aún no hemos destrozado los pilares de la democracia que sustentan nuestra convivencia, aún no hemos despertado del sueño de la libertad y nos hemos encontrado atrapados en la pesadilla de los totalitarismos, pero las semillas están sembradas. Y no hemos de ir muy lejos en nuestra historia para recordar que esas semillas germinaron en democracias en crisis, donde los ciudadanos no se sentían representados debido a que cada vez, capas más amplias de la población, eran abandonadas al albur del destino. Los políticos dejaron de ser responsables, la gente, los ciudadanos y ciudadanas dejaron de ser responsables, y eligieron mirar a otro lado. Mientras no fueran directamente contra ellos, que más daba. La propia seguridad era lo primero. Y pasó lo que pasó.

Hannah Arendt, filósofa alemana, judía, que se vio obligada a huir de su país natal a los Estados Unidos, en la época de la ascensión nazi al poder, para salvaguardar su vida, no fue una de esas personas que eligió mirar a otro lado. Toda su vida fue un compromiso con las causas que creía justas, con la defensa de la democracia y la libertad, de la política, como el único medio que tenemos los seres humanos para convivir, porque al igual que pensaba Aristóteles, para ella no somos seres que alcanzan su plenitud si no podemos aportar nuestra parte en la decisión y gestión de los asuntos públicos. Asuntos que en Grecia afectaban a la Polis, a la Ciudad- Estado, y en nuestro mundo globalizado, cada acción sea donde sea, nos afecta a todos. Tan solo creando las condiciones que permitan, que a través del dialogo, el debate, la discusión y el consenso democrático se realice esa facultad, podremos ser seres humanos plenos, y tendremos una oportunidad. Somos seres plurales, esa es nuestra condición, y más vale que la aceptemos como premisa inicial si deseamos lograr algo. Tenemos diferentes colores en la piel, que no razas, pues tan solo hay una. Tenemos diferentes lenguas, diferentes culturas que expresan diferentes maneras de ver, pensar y vivir en el mundo. Tenemos diferentes religiones, o no tenemos religión, pero todos hemos de convivir en el mismo mundo. Tenemos diferentes sexos, y diferentes maneras de vivir la sexualidad, y no queda sino aceptar y defender con uñas y dientes que tenemos el derecho a tener derechos, como no dejaba de resaltar Hannah Arendt.

Las sociedades masificadas tan propias de nuestro tiempo han perdido la costumbre de pensar, juzgar aquello que está bien y que está mal, qué es justo y qué es injusto, y actuar en consecuencia

Las sociedades masificadas tan propias de nuestro tiempo han perdido la costumbre de pensar, juzgar aquello que está bien y que está mal, qué es justo y qué es injusto, y actuar en consecuencia. Tres acciones definen para Hannah Arendt, tal y como nos dice en La vida del espíritu, a ese ser humano que se expone al espacio común de la acción política; pensar, juzgar y actuar. Si dejamos que otros piensen por nosotros, que otros juzguen por nosotros, y por tanto, que otros actúen por nosotros, las semillas del totalitarismo germinarán, y nuestras democracias, no solo dejaremos de perfeccionarlas, que falta hace, sino que los boquetes en sus pilares serán cada vez más grandes, y un día nos despertaremos en una pesadilla y nos preguntaremos ¿cómo hemos permitido que esto nos vuelva a suceder?

En Los orígenes del totalitarismo, publicado en 1951, nos da suficientes pistas sobre esas semillas que permitieron el surgimiento de los regímenes totalitarios, que tanto daño y tanto mal hicieron, y sobre las deberíamos reflexionar hoy día, en nuestra propia situación social, económica y política; En la Alemania nazi sueñe señalarse al antisemitismo como un elemento que fue el aglutinador de otros, que permitieron los años de terror que siguieron; hoy día somos testigos de la irresponsabilidad del nuevo presidente de los EEUU, mientras otros líderes políticos, igualmente irresponsables, miran a otro lado. Los musulmanes, no los ricos, por supuesto, y los mexicanos, o cualquiera que venga del lado sur de la frontera, son el enemigo. Se les niega el estatus de persona, se les niegan los derechos. Se busca una alianza entre el capital (nombramientos de altos directivos o propietarios de grandes conglomerados financieros como asesores o gestores políticos) y las víctimas de la globalización económica, clase trabajadora que pierde su puesto debido a la deslocalización de sus empresas, que se han sentido desarraigadas del sistema. Se alienta el nacionalismo proteccionista. Nosotros frente al mundo. Un tsunami que ha repercutido en Francia, con Le Pen, en Holanda, en Gran Bretaña con su brexit y el auge del nacionalismo extremo y conservador; o países como Polonia y Hungría, miembros de la Unión Europea, donde se pisotean derechos, mientras nuestros políticos miran igualmente a otro lado, y la ciudadanía europea actúa irresponsablemente como si no fuera asunto nuestro. Todo ello aderezado con grandes masas de refugiados de guerras en las que participamos directa o indirectamente, y de las que nadie quiere saber nada. Refugiados a los que se considera parias, y a los que, en lugar de integrarlos y concederles derechos, se les niega asilo y se les condena a campos de internamiento, muy similares a aquellos en los que las autoridades francesas amontonaron como si no fueran seres humanos a los que huían del terror nazi, o los propios españoles perseguidos por los fascistas insurgentes que acabaron con la Segunda República en España. Campos en los que estuvo retenida la propia Hannah Arendt. ¿Acaso no nos damos cuenta de los paralelismos?, ¿tan poca memoria tenemos?, o quizá ¿tan poca memoria quiere ese engendro totalitario que desea renacer que tengamos?

Existe una tendencia en el mundo, que va a más, una tendencia que considera que la plena ciudadanía, que no es otra cosa que el derecho a tener derechos, y a defenderlos y ostentarlos a través de la acción política, con palabras y hechos en espacios públicos, tan solo pertenece a los que consideramos los nuestros. Mientras que los inmigrantes, los refugiados, los que ostentan otra religión, o proceden de otras culturas, no son ciudadanos, ni podrán serlo. Expulsar a toda esta gente, a todas estas personas de la comunidad política, de los derechos civiles, jurídicos, sociales; privarles de derechos, no crea en sí una sociedad totalitaria, pero no solo es la excusa que los herederos del fascismo utilizan para ir avanzando hacía una, sino que es una prueba de nuestra irresponsabilidad, de ese mirar hacia otro lado, que empieza por los políticos y termina arraigando en amplias capas de la sociedad.

Arendt identifica con claridad los peligros de las sociedades irresponsables, donde el individuo responsable se convierte en masa irresponsable:

a)       Primacía de la esfera privada frente a la esfera pública, la política.

b)      Sociedad masificada que rompe la pluralidad social y aísla al individuo.

c)       Exención cada vez más amplia de personas a las que se niega el derecho a ser ciudadanos con plenos derechos. Primero los nuestros.

Esas son las señales de que las semillas del totalitarismo están germinando en nuestras sociedades; El ciudadano o bien se siente exiliado de la esfera de participación política pública, o bien la desafección debido a la incapacidad e irresponsabilidad de los políticos le devuelve a la vida privada como único escape, centrarse en sí mismo, en la familia, como lo único relevante que le queda por hacer. La destrucción de los espacios de participación pública, desde las instituciones en la que no nos vemos representados, hasta las oligarquías de los partidos políticos más preocupados por sus cuotas de poder internas, que por dar voz y permitir la acción ciudadana dentro de ellos, provoca el aislamiento del individuo, su repliegue, lo que definió nuestra pensadora como la enfermedad de nuestro tiempo. Si por una vía o por otra se aísla a los individuos de la comunidad política, el individuo se convierte en superfluo, que no es otra cosa que a lo que aspiran los profetas políticos y económicos del totalitarismo.  O si lo preferimos explicado por la propia Hannah Arendt: Las soluciones totalitarias pueden muy bien sobrevivir a la caída de los regímenes totalitarios bajo la forma de fuertes tentaciones, que surgirán allí donde parezca imposible aliviar la miseria política, social o económica. Pensemos, juzguemos y actuemos en consecuencia, seamos ciudadanos y ciudadanas responsables, exijamos nuestros derechos tan inalienables como los derechos que hemos de exigir para los otros, para esos parias a los que nadie quiere. Actuemos responsablemente, o podemos mirar a otro lado,  que es la alternativa que parece tener más éxito; adoptemos la abulia, la indiferencia y la irresponsabilidad de algunos de nuestros líderes políticos que prefieren ponerse de lado y no dar la cara, con tal de no lastrar su propio y egoísta futuro político. Al fin y al cabo, mientras no seamos nosotros, o los nuestros, los afectados, qué más da ¿no?

 

 

 

 

Imagen de Francis Fernández

Nací en Córdoba, hace ya alguna que otra década, esa antigua ciudad cuna de algún que otro filósofo recordado por combinar enseñanzas estoicas con el interés por los asuntos públicos. Quién sabe si su recuerdo influiría en las decisiones que terminarían por acotar mi libre albedrío. Compromiso por las causas públicas que consideré justas mezclado con un sano estoicismo, alimentado por la eterna sonrisa de la duda. Córdoba, esa ciudad donde aún resuenan los ecos de ése crisol de ortodoxia y heterodoxia que forjaría su carácter a lo largo de los siglos. Tras itinerar por diferentes tierras terminé por aposentarme en Granada, ciudad hermana en ese curioso mestizaje cultural e histórico. Granada, donde emprendería mis estudios de filosofía y aprendería que el filosofar no es tan sólo una vocación o un modo de ganarse la vida, sino la pérdida de una inocencia que nunca te será devuelta. Después de comprender que no terminaba de estar hecho para lo académico completé mis estudios con un Master de gestión cultural, comprendiendo que si las circunstancias me lo permitirían podría combinar el criticado sueño sofista de ganarme la vida filosofando, a la vez que disfrutando del placer de trabajar en algo que no sólo me resultaba placentero, sino que esperaba que se lo resultase a los demás, eso que llamamos cultura. Y ahí sigo en ese empeño, con mis altos y mis bajos, a la vez que intento cumplir otro sueño, y dedico las horas a trabajar en un pequeño libro de aforismos que nunca termina de estar listo. Pero ¿acaso no es lo maravilloso de filosofar o de vivir? Tal y como nos señala Louis Althusser en su atormentado libro de memorias “Incluso si la historia debe acabar. Si, el porvenir es largo.”