'Consume que algo jodes'

Blog - El Mirón - Juan Ferreras - Martes, 17 de Diciembre de 2019
Dos mujeres alpujarreñas tejiendo, en una fotografía tomada en 1983.
Archivo Juan Ferreras
Dos mujeres alpujarreñas tejiendo, en una fotografía tomada en 1983.

Todo es válido en esta adelantada festividad que, como un virus sin antídotos, devora la faz de la sociedad que nos ha caído en desgracia soportar. Es el virus del consumo consumista que encuentra el mejor caldo de cultivo en todas las épocas del año, pero especialmente en estas fechas pre y navideñas, donde no hay ser viviente que se resista a la tormenta subliminal que el capital inocua con caricias de ternura y vocabulario amable con un único y exclusivo fin: consumir sin dejar de consumir con un intelecto alienado y teledirigido a la acumulación material sin final.

No hay bien, objeto, cosa o enser que pueda escabullirse de la feroz campaña que los poderosos productores del mundo activan en días como estos, donde la consciencia se adormece y la voluntad se embrutece o queda anulada. El ser humano abandona la poca humanidad que nos va quedando para emprender una interminable carrera en pos del consumo y de las compras. No importa si realmente tenemos necesidad de los bienes o cosas que adquirimos, hay que comprar para sentirnos más que los demás, para alimentar nuestro insaciable ego de animal consumista y para creernos más felices con esas adquisiciones. Sin ir más lejos, contemos cuántas prendas de vestir adquirimos sin precisar de las mismas, sin percatarnos de que estamos contribuyendo a incentivar uno de los sectores más contaminantes y de mayor explotación humana como es el textil, que causa uno de los mayores impactos sociales y ambientales.

Como señala Montse Peirón, investigadora en consumo consciente y transformador, la moda es una voraz depredadora y se sustenta, sobre todo, en el sector textil, modelo de explotación en países de mano de obra barata. Es el caso de Bangladesh, donde en 2013 murieron más de mil trabajadoras de una fábrica de confección debido a que sus rectores no se preocuparon del mantenimiento del edificio y permitieron que se derrumbase sobre los inocentes cuerpos del millar de empleadas. Con posterioridad se conoció que firmas como Primark, El Corte Inglés, o Benetton tenían cierta relación con algunas empresas locales vinculadas a la industria siniestrada.

La moda y la compra incesante de ropa, cuando apenas hemos utilizado la que tenemos una docena de veces, son las causantes de otros males

La moda y la compra incesante de ropa, cuando apenas hemos utilizado la que tenemos una docena de veces, son las causantes de otros males para los humanos. La utilización de potentes pesticidas en los campos de algodón provoca que miles de niños inocentes nazcan con malformaciones que arrastrarán toda su vida, en tanto que miles de agricultores indios ponen fin a sus vidas mediante el suicidio por las consecuencias que comporta el modelo transgénico que les imponen. Pero no acaban aquí los efectos negativos de la industria textil, que en 2015 generó más emisiones de CO2 que todos los vuelos internacionales y el transporte marítimo juntos, y, además, emplea productos químicos tóxicos para las trabajadoras y para el medio ambiente e, incluso, para el propio consumidor, a la par que está considerada como la que más plásticos introduce en los océanos.

Las estrategias y operaciones de marketing por parte de la industria textil no cesan. Numerosos ciudadanos se ven arrastrados por la fat fashion, el término de los minoristas de la moda para trasladar las propuestas impulsadas por las grandes casas, como Inditex, que ha acabado con las dos clásicas temporadas de la moda a cambio de ofrecer nuevas colecciones con mucha más frecuencia. La adicción consumista ha causado que en los últimos quince años se haya duplicado la producción de ropa, en tanto que el tiempo que la usamos se ha reducido a un 36 por ciento en nuestro entorno y hasta un 70 por ciento en China.

El virus consumista campea a su albedrío por todas partes y sus efectos negativos se traducen en la desaparición de muchos oficios que sostenían un estilo de vida que ya es agua pasada

El virus consumista campea a su albedrío por todas partes y sus efectos negativos se traducen en la desaparición de muchos oficios que sostenía un estilo de vida que ya es agua pasada. Ya nadie teje o confecciona sus propias prendas de vestir de forma artesanal, ya no hay tejedoras ni, apenas, costureras o zapateros. Hemos dejado perder los mejores y selectos oficios de un modo de vida que lo han despersonalizado y deshumanizado, de tal manera que ya hay que buscar con lupa escenas como la que recoge la fotografía que ilustra este comentario -tomada en 1983-, donde dos mujeres tejen a las puertas de las casas, en La Alpujarra, el ajuar para una nieta que pronto contraería matrimonio.

Los medios sostenibles de consumo que practicaban nuestros padres y abuelos, son hoy papel mojado. La paciencia, la templanza y el buen hacer de antaño son sustituidos por la manipulación de los seres y las cosas. El resultado está a la vista: una sociedad enferma que no valora las cualidades del bien hacer de antaño, cuando el corazón y los sentimientos se volcaban en la creación del vestido o del pantalón que nos cubrían. La carga emotiva que portaban nos unía más a nuestros bienes y, consecuentemente, poníamos más empeño en su cuidado y conservación, lo que nos evitaba un consumo desbocado y en consecuencia una reducción de las fuentes de contaminación y destrucción de nuestro entorno.

Pero eso está pasado de moda y hasta mal visto. Lo que prima es consumir sin límite. Cualquier excusa o motivo de la invención capitalista sirven, incluida la fiebre de una Navidad demudada y convertida en el más detestable mercado, frente al auténtico sentido que debe tener para los creyentes: la conmemoración del nacimiento de un Niño pobre que detestaba toda acción de enriquecimiento. Pero esta concepción tampoco está de moda porque no es rentable para el gran capital, que aliena y conduce a consumir, aunque siempre que lo hagamos jodamos algo y/o a alguien, incluidos nosotros y nuestro hábitat.

 

Imagen de Juan Ferreras

Imposible resumir a Juan Ferreras: ha trabajado en tantos medios, en tantos lugares, ha hecho tantas cosas. Y en todos ha dejado su impronta personal y profesional. Es el fotoperiodista: periodista, primero, y capturador de realidades, después. O a la inversa. Un lujo para todos los que han podido disfrutar de su trabajo y su tiempo. Un extraño guía espiritual, que siempre niega ser. Una referencia para todos en esta sociedad tan injusta y descarnada, aunque lo niegue. Puede que la palabra compromiso alguien la inventara para él. Por encima de ideologías, que la tiene muy clara, y tan clara, de partidos o de corrientes. Cuando otros, a estas alturas, repliegan banderas y compromisos, más alta la eleva. En este fotoblog nos regala imágenes de la vida. La vida real y cruda. La que muchos quisieran esconder y que trata de dignificar situándose detrás de esa cámara que ha retratado a reyes.